sábado, 29 de octubre de 2016

Pigmalión


En el Este del mar Mediterráneo, existe una isla grande que se llama Chipre, que fue durante mucho tiempo una colonia de Grecia; en la actualidad existe instalada en la misma un país soberano, aunque parte de la población es autóctona, y otra parte es de origen turco.
Hace muchos años nació en una población de esa isla, un joven que apenas pasó la adolescencia se dedicó a tallar figuras en madera, y logrando esculpir sorprendentes figuras. Pasando ya los 20 años de edad, pensó en esculpir la figura de una mujer joven, lo más atractiva posible; entonces comenzó a buscar por toda la isla una joven que pudiera servirle de modelo. Y luego de mucho buscar, y no hallando el ideal de belleza que pretendía, no hallando la “mujer perfecta”, llegó a la conclusión  de que tenia que esculpirla guiado solo por su imaginación, concretando así el ideal que pretendía.
Se proveyó de varios buriles de distintos tamaños, varios martillos, y se fabricó varios lienzos pegando en ellos arenas de distintos tamaños de granos para usarlos como pulidor. Consiguió un bloque de piedra del tamaño apropiado, y comenzó a tallar la figura que había imaginado.
Pasó varios meses tallando la piedra y la figura humana fue tomando forma, adquiriendo un aspecto muy delicado, y rasgos extremadamente bonitos. Ubicó la nueva escultura en el centro del atelier en el que trabajaba en todas sus obras. Cuatro meses tardó en terminar su ideal de mujer. Y no solo apreció la obra como la mejor de las que había producido hasta entonces, sino que le prodigó un profundo afecto.
Hasta entonces había permitido a los pobladores de la villa en que vivía, a que visitaran su lugar de trabajo y vieran el producto de sus desvelos; pero desde el momento que culminó esta última escultura, no permitió que nadie más penetrara en su atelier.
Poco duró el tiempo en que del afecto pasó a sentir un verdadero enamoramiento; de modo que la belleza que había inventado, lo abrumaba por no tratarse de una mujer de carne y hueso. Y lo grave continuó siendo la pasión que sentía y que lo movía a hablarle como si la estatua pudiera comprenderlo.
En una ocasión, el escultor, llamado Pigmalión, se acercó mucho a la pétrea escultura, y en un destello de locura y adoración por lo que era su perfecta creación, la abrazó tiernamente, y le dio un beso en la boca de labios entreabiertos… Pero le causó grave indignación el comprobar que la estatua seguía tan fría e inmóvil como siempre; y en el colmo de su rabia, volvió a su boca y se la mordió. Hecho lo cual se separó a una distancia prudencial, y lo que vió le heló la sangre, y casi le detuvo la respiración:
El rostro de la escultura se había transfigurado en una mueca de dolor, y de su boca manaba un flujo de sangre, por lo que Pigmalión se desesperó pues no había imaginado ese resultado.
De inmediato salió corriendo del atelier y huyó por las sendas del poblado en dirección al mar; y al llegar a los acantilados que lo bordeaban, se detuvo en uno de los más altos. Como era de noche trató de mirar hacia abajo y solo vió una espesa oscuridad, aunque oyendo el ruido de las olas al rodar. Sin detenerse a pensar en lo que hacía, se arrojó al vacío y su cuerpo fue a estrellarse en las rocas caídas de los acantilados y que quedaban en la orilla del mar.
Su cuerpo sin vida quedó tendido sobre los peñascos y salpicado esporádicamente por las gotas marinas… A la mañana siguiente, unos pescadores que pasaron por el lugar descubrieron el funesto acontecimiento: pese a los golpes que tenía, lo reconocieron como el escultor de la población, que era el único de la isla de Chipre.
Confeccionaron una especie de camilla con varias ramas y una lona, pusieron el cadáver en ella y entre los cuatro participantes lo llevaron en andas en dirección a su domicilio que conocían. Cuando los pobladores los veían pasar, reconocían el cuerpo de Pigmalión, y lamentaban profundamente lo ocurrido; y así llegaron hasta la casa del escultor, y hallando la puerta abierta, penetraron a su interior y llegaron a su lugar de trabajo. Allí descubrieron con sorpresa la escultura de una mujer joven y muy bella, ubicada en el centro del lugar…Y observaron el rostro muy delicado de la figura, que se veía muy bello y apacible, y perfectamente limpio.

Porque el gesto de dolor y el flujo de la sangre sólo había existido en la febril imaginación del escultor, circunstancia de la que nadie pudo enterarse. Así terminó la triste historia de este escultor, aunque su obra cumbre descansa en la actualidad en un museo de arte de la isla donde vivió.