En el Este del mar Mediterráneo, existe una
isla grande que se llama Chipre, que fue durante mucho tiempo una colonia de
Grecia; en la actualidad existe instalada en la misma un país soberano, aunque
parte de la población es autóctona, y otra parte es de origen turco.
Hace muchos años nació en una población de esa
isla, un joven que apenas pasó la adolescencia se dedicó a tallar figuras en
madera, y logrando esculpir sorprendentes figuras. Pasando ya los 20 años de
edad, pensó en esculpir la figura de una mujer joven, lo más atractiva posible;
entonces comenzó a buscar por toda la isla una joven que pudiera servirle de
modelo. Y luego de mucho buscar, y no hallando el ideal de belleza que
pretendía, no hallando la “mujer perfecta”, llegó a la conclusión de que tenia que esculpirla guiado solo por
su imaginación, concretando así el ideal que pretendía.
Se proveyó de varios buriles de distintos
tamaños, varios martillos, y se fabricó varios lienzos pegando en ellos arenas
de distintos tamaños de granos para usarlos como pulidor. Consiguió un bloque
de piedra del tamaño apropiado, y comenzó a tallar la figura que había
imaginado.
Pasó varios meses tallando la piedra y la
figura humana fue tomando forma, adquiriendo un aspecto muy delicado, y rasgos
extremadamente bonitos. Ubicó la nueva escultura en el centro del atelier en el
que trabajaba en todas sus obras. Cuatro meses tardó en terminar su ideal de
mujer. Y no solo apreció la obra como la mejor de las que había producido hasta
entonces, sino que le prodigó un profundo afecto.
Hasta entonces había permitido a los pobladores
de la villa en que vivía, a que visitaran su lugar de trabajo y vieran el
producto de sus desvelos; pero desde el momento que culminó esta última
escultura, no permitió que nadie más penetrara en su atelier.
Poco duró el tiempo en que del afecto pasó a
sentir un verdadero enamoramiento; de modo que la belleza que había inventado,
lo abrumaba por no tratarse de una mujer de carne y hueso. Y lo grave continuó
siendo la pasión que sentía y que lo movía a hablarle como si la estatua
pudiera comprenderlo.
En una ocasión, el escultor, llamado Pigmalión,
se acercó mucho a la pétrea escultura, y en un destello de locura y adoración
por lo que era su perfecta creación, la abrazó tiernamente, y le dio un beso en
la boca de labios entreabiertos… Pero le causó grave indignación el comprobar que
la estatua seguía tan fría e inmóvil como siempre; y en el colmo de su rabia,
volvió a su boca y se la mordió. Hecho lo cual se separó a una distancia
prudencial, y lo que vió le heló la sangre, y casi le detuvo la respiración:
El rostro de la escultura se había
transfigurado en una mueca de dolor, y de su boca manaba un flujo de sangre,
por lo que Pigmalión se desesperó pues no había imaginado ese resultado.
De inmediato salió corriendo del atelier y huyó
por las sendas del poblado en dirección al mar; y al llegar a los acantilados
que lo bordeaban, se detuvo en uno de los más altos. Como era de noche trató de
mirar hacia abajo y solo vió una espesa oscuridad, aunque oyendo el ruido de
las olas al rodar. Sin detenerse a pensar en lo que hacía, se arrojó al vacío y
su cuerpo fue a estrellarse en las rocas caídas de los acantilados y que
quedaban en la orilla del mar.
Su cuerpo sin vida quedó tendido sobre los
peñascos y salpicado esporádicamente por las gotas marinas… A la mañana
siguiente, unos pescadores que pasaron por el lugar descubrieron el funesto
acontecimiento: pese a los golpes que tenía, lo reconocieron como el escultor
de la población, que era el único de la isla de Chipre.
Confeccionaron una especie de camilla con
varias ramas y una lona, pusieron el cadáver en ella y entre los cuatro
participantes lo llevaron en andas en dirección a su domicilio que conocían.
Cuando los pobladores los veían pasar, reconocían el cuerpo de Pigmalión, y
lamentaban profundamente lo ocurrido; y así llegaron hasta la casa del
escultor, y hallando la puerta abierta, penetraron a su interior y llegaron a
su lugar de trabajo. Allí descubrieron con sorpresa la escultura de una mujer
joven y muy bella, ubicada en el centro del lugar…Y observaron el rostro muy
delicado de la figura, que se veía muy bello y apacible, y perfectamente
limpio.
Porque el gesto de dolor y el flujo de la
sangre sólo había existido en la febril imaginación del escultor, circunstancia
de la que nadie pudo enterarse. Así terminó la triste historia de este
escultor, aunque su obra cumbre descansa en la actualidad en un museo de arte
de la isla donde vivió.